No sé si de pequeña ya era así o cuando realmente empezó mi obsesión por recorrer el planeta. Cualquier destino me parece fascinante, y no me importa repetir lugares. Me considero una persona a la que le gustan los retos y que aprovecha las oportunidades que se le presentan, y mucho más aun si son internacionales.
Pero si hay algo que me gusta más que viajar es vivir en el extranjero. No me hubiera importado desde pequeña haber tenido que vivir en diferentes países por el trabajo de mis padres, por ejemplo. Aun así, he intentado aprovechar todas las oportunidades que la vida me ha dado. Por este motivo, a los 16 hice un intercambio con una chica holandesa a través de mi instituto. Pasé una semana viviendo en su casa y conociendo sus costumbres. Dos años más tarde, con 18, participé un curso de inglés en Edimburgo por tres semanas. También estaba con una host family.
Después de estas cortas experiencias, en el verano de mis 20 decidí embarcarme en otra aventura y realizar un voluntariado de Global Citizen con AIESEC en Brasil. Casi 7 semanas viviendo en un país que poco tiene que ver con el nuestro. Finalmente ahora me encuentro haciendo un semestre en Reino Unido, en Newcastle, gracias al programa Erasmus. Y pensaréis, ¿aquí termina mi viaje por el mundo? Ni de lejos. Mis intenciones son seguir viviendo aventuras internacionales, y más que viajando, viviendo.
Porque para mi ver mundo no significa hoteles bonitos, mapas turísticos y postales de cuento. Para mi lo mejor es comer en un restaurante de comida tradicional, callejear por los barrios menos turísticos, conocer las costumbres de la gente, como celebran, que hacen en su día a día.
Pasar temporadas en el extranjero no me ha traído nada excepto cosas buenas. He tenido la oportunidad de conocer gente de todo el mundo. Hablar con ellos, que tenemos en común y que nos diferencia. De esta manera no sólo descubres el país en el que te encuentras sino muchos más. Aprendes otras maneras de vivir, otras culturas. Entiendes porque la gente es como es. Y sobretodo, y para mi más importante, te vuelves tolerante. Compartir tanto con gente diferente te hace abrir los ojos y aceptar. Aceptar que hay gente que no piensa como tu, que no es como tu, pero lo entiendes, aceptas y respetas.
También te da adaptabilidad y autonomía. Tienes que cuidar de ti mismo ya que nadie lo va a hacer por ti. Dejar de vivir con tus padres es difícil, pero lo es aun más si lo haces en un país extranjero. Eres una forastera realmente viviendo tu vida allí. No viajas, no estas sólo por unos días, sino que creas una rutina. Haces ese país, esa ciudad, ese barrio, tuyo. La cafeteria de la esquina se convierte en la de siempre, te sabes las estanterías del supermercado y cuál es el camino más corto para llegar a tal sitio. Te adaptas y funciona. Eres una más en cuestión de poco tiempo.
Cuando viajas todo son prisas, tienes que aprovechar cada segundo ya que el tiempo corre en tu contra. Pero cuando vives en el extranjero todo cambia, encuentras tu ritmo. Todo se ralentiza porque tienes tiempo. Puedes aprovechar y conocer a fondo. Y cuando es la hora de irse, sabes que una parte de ti siempre se quedará en ese lugar.
¿Cuando? Ahora. Sin ninguna duda. Ahora es cuando somos jóvenes, cuando tenemos todo el tiempo del mundo de vivir, de probar, y si, aunque suene tópico, de equivocarnos. De arriesgar, de estar motivado y a la espera de aventuras, de retos y de emociones. No hay nada que nos ate, no tenemos hipotecas que pagar, hijos que cuidar o trabajos que aburrir. Ahora es el momento. ¿A qué esperas pues?
—
Cristina Bas, Barcelona
Experiencia de Voluntariado en Brasil, 2014