Por norma general, los resúmenes vienen al final. Yo me voy a permitir el lujo de darle la vuelta a la tortilla, y voy a comenzar con la conclusión. Y es que puedo asegurar y aseguro que mi vida se resumen en una sola palabra: PASIÓN.

Nací en Ponferrada hace 19 años y medio, una “pequeña” ciudad de León en la que las posibilidades para una persona con mis inquietudes eran mínimas y contadas. Por lo que puedo recordar, desde bien pequeño bailaba siempre que podía. Me metía en el salón, y cerraba la puerta creyendo que nadie me vería, obviando el pequeño detalle de que esa puerta tenía unos cuantos vidrios que permitían que mi madre y cualquiera que pasase por delante pudiese ver mis por aquel entonces torpes movimientos. Pero había un problema: la danza era cosa de chicas. Cuando con 4 o 5 años aproximadamente pisé por primera vez un aula de danza repleto de chicas (literalmente, yo era el único niño), huí corriendo.

Mi historia de amor con la danza se hubiese quedado ahí de no ser porque años después, cuando yo ya tenía 11 años, mi hermano me animó a apuntarme de nuevo a una escuela de danza, de las pocas que hay por Ponferrada. Y ese fue el momento en el que cambió mi vida. Si hay algo que tengo claro es que la danza supuso un punto de inflexión en mi vida, una vía de escape a un mundo que no cubría mis expectativas. Y este fue el principio de un romance que duraría 7 años.

Tal era mi pasión por la danza que a los 14 años decidí volar. Decidí que quería dedicarme a la danza profesionalmente, que quería que mi vida fuese por y para la danza. Y así fue. A pesar de las críticas y las negativas por parte de varias personas, también recibí mucho apoyo, siendo el más fuerte e importante el de mi madre, a la que le debo si no todo, mucho. Hice la prueba para entrar en el Conservatorio Profesional de Danza de Madrid, la pasé, y comencé lo que para mí se convirtió en la etapa del cambio. Así que, con tan solo 14 años, comencé una nueva vida a casi 400km de mi casa.

La danza es pasión, es superación día a día, es caerse como sinónimo de levantarse, es equivocarse, es aprender, es respirar y vivir. Es creer en algo y dedicarte a ello, sin importar lo que cueste. Es trabajar día a día con un fin: sentir el calor de los focos en la piel y de los aplausos en el corazón. Y también es gente, gente que te apoya y te sigue, que te tiende la mano cuando tropiezas. En resumen, bailar es un sueño que se persigue día a día.

Y para mi ese día a día llegó a su fin hace año y medio, pero siempre que alguien me pregunta por ello, mi respuesta es la misma: la danza me aportó más que lo que nunca ninguna otra cosa me ha aportado. Gracias a ella soy una persona que cree en sí misma, que asume riesgos, que sigue adelante, que no tiene miedo a caerse, ni miedo al miedo. Crecí y aprendí en esos años lo que mucha gente tarde décadas en aprender.

Un año después de dejar la danza, hace 7 meses, me mudé a Barcelona. Y un mes después de empezar la universidad, conocí lo que a día de hoy se ha convertido en mi nueva pasión. AIESEC apareció, al igual que la danza, de la nada. Y sin embargo, en estos pocos meses se ha convertido en mi nueva plataforma de evolución. De nuevo he encontrado el sitio donde crecer, donde caerme y levantarme, donde el apoyo es pan de cada día. Me he dado cuenta de que mediante la danza cambié mi mundo, y hoy en día, con AIESEC, no solo estoy cambiando mi mundo sino el de otra gente. Porque, como dicen por ahí, las pequeñas acciones tienen grandes consecuencias.

Y es que AIESEC es eso. Es gente, es cambio,es impacto. En resumen, es PASIÓN por el mundo y por la gente.

Miguel Herraez, AIESEC in Pompeu Fabra

Leave a Reply